Después de leer “Cómo acabar con la pobreza” de Paul Polak, entiendo la importancia de lo que hace Taiwán, al copiar tecnologías y producir toda clase de cosas muy ordinarias, que duran muy poco, pero muy, muy baratas.

Quién lo creyera, Taiwán está haciendo más por acabar la pobreza de la humanidad, que todas los BID, Banco Mundial, ONG y gobiernos, y ¿saben por qué?, porque permite que los pobres puedan acceder a lo que necesitan.

Un solo ejemplo. Uno de esos 800 millones de pobres que se gana 1 dólar al día y tiene que alimentar una familia y sabe destapar cañerías para montar su negocio, solo necesita una llave inglesa. Si la compra americana, japonesa o europea, le cuesta entre 10 y 15 dólares; esa misma llave pero taiwanesa le cuesta un dólar o menos, así no le dure sino tres meses. Con esa herramienta puede conseguir la comida para él y su familia, porque sencillamente es asequible para él.

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“¡Tierra…!” gritaron unos españoles hace más de 500 años cuando divisaron América. Hoy, después de esos 500 años, árabes, chinos y europeos ven a Latinoamérica y gritan “¡Tierra!”.

Vuelvo sobre un tema que ya traté, retomando las reflexiones del periodista  Daniel Samper Pizano, en noviembre de 2011, cuando escribió un artículo alertando acerca del peligro que corre Latinoamérica si hace lo que ya hicieron las repúblicas africanas Sierra Leona y Uganda. Estas naciones, ante falsas promesas de empleos y oportunidades de desarrollo, lo único que lograron fue más pobreza para sus habitantes, menos empleos y la devastación de sus recursos naturales.

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En Arbeláez, municipio de Cundinamarca, en la provincia de Sumapaz, en la granja El Mirador, a la sombra de guamos, nogales y arrayanes, se produce un café que, además de orgánico, es amable con los pájaros, con el ambiente, con los trabajadores y con los visitantes. El hecho de estar en medio de ese ambiente y de ese paisaje, es el causante de que ese café produzca verdadera inspiración en la gente que allí llega.

En esta granja con beneficio ecológico, con agua de nacimiento propio, se produce, se tuesta, se muele y se empaca el café Satori, que en Sen significa inspiración. Porque fueron las ganas de aportar algo al ambiente lo que inspiró a Francisco (su dueño) a producir café inspiración.

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Invita al lector a comer local. Pero para comer local se debe producir local y para lograrlo es mejor sembrar productos locales.

Vamos por partes. Productos locales son el fríjol, el maíz, el tomate, la papa, la yuca, la arracacha, los cubios, el amaranto, la quinua, la guanábana, el anón, el zapote, el borojo etc. Locales tenemos suficientes productos agrícolas para una dieta variada y muy nutritiva.

Si son productos locales, originarios de nuestras montañas y valles, están perfectamente adaptados al trópico y tienen altos rendimientos, sin mucha tecnología adicional y menos gasto energético. Ahora, el producto local (nativo), se siembra localmente, lo que significa que se puede comer localmente.

El maíz que produce Caldas, lo consume Caldas, mientras que Anserma preferirá el maíz sembrado en sus valles (río Cauca y Risaralda). Así ahorramos gran cantidad de energía (en especial gasolina y otros derivados del petróleo como llantas), al no tener que traer el maíz de la costa Atlántica (1.000 km de carretera) o de Iowa, en EE.UU, o peor, de Australia.

¿Cuánto consumo de energía implica el tener que traer el maíz de afuera? Seguros sí estemos que se gasta más energía en producirlo y traerlo, que la energía que nos aporta.

Si se producen productos locales en sus regiones de origen podremos comer local y con aroma local, quiero decir, recetas propias de la región, de la mamá, de la abuela. Preparar local es rescatar esos sabores y esos olores propios de nuestras cocinas.

Cocinar local, sembrar local (nativos) y producir local, es una forma clara de apoyar la lucha contra el calentamiento global. El calentamiento global tiene solución local, de eso no nos quepa la menor duda.

No se nos olvide: cada año el fenómeno de cambio climático será más dramático, los inviernos más crudos y los veranos más intensos.

Es claro que para comer más habrá que mercar más y, entonces, la comida costará más. Lo grave es que en la cultura alimentaria actual se come más de lo que el ser humano requiere para vivir bien. Esto, incluso se aplica a los pobres, que puede que no coman en calidad pero sí comen más de lo que llena y no nutre.

La empresa Viridian Credit Union de Iowa (EE. UU), lanzó un programa de salud para sus 500 empleados, en el cual aquellos que no tengan adecuados hábitos alimentarios y/o fumen, tendrán que pagar un costo adicional por sus servicios de salud.

Enfocándonos solo en el tema alimentario, comer más o desbalanceado trae graves consecuencias en la salud y especialmente problemas de sobrepeso y obesidad, lo cual hace que a estas personas les cueste más al servicio de salud.

Así como en Iowa, (el que coma más, pagará más por su salud), el mundo entero debería imitar esa medida, como una forma de crear conciencia en los hábitos alimentarios.

La pandemia del siglo XXI, la obesidad, ya superó en cifras la inseguridad alimentaria. Mientras los primeros son más de mil millones, los que sufren por subalimentación son 800 millones.

En Colombia tenemos que hacer grandes campañas contra los inadecuados hábitos alimentarios, porque además de comer de más, comemos muy mal.

El consumo de frutas y verduras es muy bajo, mientras que el consumo de aguas azucaradas y paquetes llenos de grasa, sal, azúcar y conservantes es muy alto.

Hoy la moda es de la comida rápida, yo me pregunto rápida para que, pues cuando vamos a un sitio de comida rápida hay que hacer cola para pedir, cola para pagar, cola para que le entreguen su comida rápida y cola para esperar una mesa. Lo único que la comida rápida, es rápida para causar problemas, enfermedades y para matar.

Apoyemos las campañas de buenos hábitos alimentarios. Lo más importante es que dichas campañas empiecen en el hogar, en cada casa, en cada restaurante, en cada tienda, en cada escuela y en cada supermercado.

 Prefiramos la comida que alimenta, no la comida que mata. Así, no solo ahorramos plata en mercado, sino especialmente en médicos y medicamentos.