Cómo nutrir la conexión vital entre tus defensas y tu calma interior

Lejos de ser entidades separadas, funcionan como una red bidireccional perfectamente integrada. Piensa en el sistema nervioso, con su complejo entramado de nervios y neurotransmisores, como el director de la orquesta, capaz de influir en la intensidad y el ritmo de la respuesta inmunitaria. A su vez, el sistema inmunitario, nuestro ejército defensor, puede enviar señales químicas que afectan directamente nuestro estado de ánimo, nuestros patrones de sueño y nuestra capacidad para gestionar el estrés. Cuando uno de estos sistemas se ve comprometido, el otro inevitablemente lo resiente. El estrés crónico, por ejemplo, puede suprimir nuestras defensas, dejándonos vulnerables a las infecciones, mientras que una infección activa puede provocar sentimientos de fatiga y apatía, una clara señal de la influencia inmunitaria sobre nuestro cerebro. Por lo tanto, fortalecer ambos sistemas de manera conjunta no es solo una buena idea, es una estrategia fundamental para alcanzar un bienestar integral y resiliente.

Adoptar un enfoque holístico que reconozca esta conexión es clave. Si bien una dieta nutritiva, el ejercicio regular y un sueño de calidad son los cimientos insustituibles de esta fortaleza dual, a veces necesitamos un apoyo adicional para navegar las exigencias del mundo moderno. Aquí es donde los suplementos naturales pueden desempeñar un papel de apoyo crucial, actuando como mensajeros y nutrientes que facilitan la comunicación y el funcionamiento óptimo de ambos sistemas. Existen diversas aproximaciones en el mercado de la suplementación, algunas enfocadas en la modulación inmunitaria a través de moléculas de señalización, una filosofía que se explora en productos de compañías como 4life, que buscan «educar» a las células inmunitarias. Es imperativo recordar que un suplemento es un complemento, no un sustituto de un estilo de vida saludable, y siempre es aconsejable consultar con un profesional de la salud antes de incorporar cualquier nuevo elemento a tu rutina, para asegurar que sea adecuado para tus circunstancias personales.

Nutrientes clave para la armonía neuro-inmune

En el corazón de la función nerviosa e inmunitaria se encuentran las vitaminas del complejo B. Este grupo de ocho vitaminas hidrosolubles actúa en conjunto para apoyar una miríada de procesos celulares. La Vitamina B6 (piridoxina), por ejemplo, es esencial para la producción de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, que regulan el estado de ánimo, y también es vital para la creación de linfocitos y la comunicación entre células inmunitarias. La Vitamina B12 (cobalamina) y el Folato (B9) son indispensables para la síntesis de ADN y la correcta formación de glóbulos rojos, que transportan oxígeno a todo el cuerpo, incluyendo al cerebro y a los tejidos inmunitarios. Una deficiencia en estas vitaminas puede manifestarse tanto en síntomas neurológicos, como la fatiga o la confusión mental, como en una respuesta inmunitaria debilitada. Fuentes alimenticias como las carnes, los huevos, las legumbres y los vegetales de hoja verde son ricas en estas vitaminas, pero ciertos estilos de vida o condiciones de salud pueden hacer necesaria una suplementación con un complejo B de alta calidad.

El magnesio es otro protagonista indiscutible en esta conversación. A menudo llamado el «mineral de la relajación», es un cofactor en más de 300 reacciones enzimáticas del cuerpo. Para el sistema nervioso, el magnesio es crucial porque ayuda a regular los neurotransmisores y se une a los receptores GABA (ácido gamma-aminobutírico) en el cerebro, promoviendo la calma y reduciendo la ansiedad. Un nivel adecuado de magnesio puede mejorar la calidad del sueño, un pilar fundamental para la regeneración tanto nerviosa como inmunitaria. En cuanto a las defensas, el magnesio es necesario para la síntesis de anticuerpos y para la activación de las células T, que son críticas para atacar a los patógenos. La deficiencia de magnesio está ligada a un estado de inflamación crónica de bajo grado, lo cual puede sobrecargar y debilitar ambos sistemas a largo plazo. Aunque se encuentra en las semillas de calabaza, las almendras, las espinacas y el chocolate negro, muchas personas no alcanzan la ingesta diaria recomendada, haciendo de la suplementación, especialmente con formas altamente absorbibles como el citrato o el glicinato de magnesio, una opción muy beneficiosa.

El poder adaptógeno para el estrés y la resiliencia

Cuando el estrés crónico se convierte en la norma, el sistema nervioso simpático (nuestra respuesta de «lucha o huida») se mantiene hiperactivo, liberando hormonas como el cortisol que, a largo plazo, suprimen la función inmunitaria. Aquí es donde los adaptógenos brillan con luz propia. Estas son plantas y hongos únicos que ayudan al cuerpo a adaptarse al estrés físico, químico y biológico, promoviendo el equilibrio u homeostasis. La Ashwagandha (Withania somnifera), una hierba venerada en la medicina ayurvédica, es quizás el adaptógeno más estudiado. Ha demostrado reducir los niveles de cortisol, calmar la ansiedad y mejorar la calidad del sueño, permitiendo que el sistema nervioso se recupere. Al modular la respuesta al estrés, la Ashwagandha protege indirectamente al sistema inmunitario de los efectos inmunosupresores del cortisol, e incluso se ha observado que puede mejorar la actividad de las células inmunitarias como las «Natural Killer».

Otra planta adaptógena de gran valor es la Rhodiola rosea. Originaria de las regiones frías y montañosas de Europa y Asia, la Rhodiola es conocida por su capacidad para combatir la fatiga y mejorar el rendimiento mental y físico en situaciones de estrés. Actúa sobre los niveles de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, mejorando el estado de ánimo y la concentración. Para el sistema inmunitario, su efecto protector contra el estrés oxidativo y su capacidad para modular la producción de citoquinas inflamatorias la convierten en una aliada para mantener las defensas en alerta sin caer en una hiperactividad dañina. Los adaptógenos no actúan como un estimulante o un sedante tradicional; más bien, «normalizan» las funciones corporales, ayudando a tu cuerpo a encontrar su punto de equilibrio, lo que resulta fundamental para la resiliencia tanto nerviosa como inmunológica.

No podemos dejar de mencionar los ácidos grasos Omega-3, específicamente el EPA (ácido eicosapentaenoico) y el DHA (ácido docosahexaenoico). El DHA es un componente estructural crítico de las membranas celulares del cerebro y la retina, esencial para una función cognitiva saludable y la neurotransmisión. El EPA, por su parte, tiene potentes propiedades antiinflamatorias. La inflamación es una respuesta inmunitaria natural y necesaria, pero cuando se vuelve crónica, puede dañar los tejidos nerviosos y agotar los recursos inmunitarios. Los Omega-3 ayudan a resolver la inflamación, promoviendo un entorno interno más equilibrado. Este efecto antiinflamatorio beneficia directamente al cerebro, protegiéndolo del neuro-envejecimiento, y al mismo tiempo permite que el sistema inmunitario funcione de manera más eficiente y regulada. Las mejores fuentes son los pescados grasos como el salmón, las sardinas y la caballa, pero un suplemento de aceite de pescado o de algas de alta pureza puede garantizar una ingesta óptima y consistente de estos ácidos grasos esenciales. Al nutrir de forma consciente la conexión entre nuestros sistemas nervioso e inmunitario con estos regalos de la naturaleza, estamos invirtiendo en una salud más profunda, robusta y equilibrada para el futuro.

sebastianosorio6

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