Pequeña venganza

Habíamos tenido un día bastante cansador para mí, ya que conduje mi automóvil por setecientos kilómetros desde la casa de mis suegros donde pasamos la Navidad hasta mi pueblo. Mi suegra y un amigo de mi hijo de diecisiete años eran nuestros invitados por unos días del verano, y ambos completaban el cuadro familiar que integramos Patricia, mi esposa de 48 años, Damián mi hijo de diecisiete y yo Juan, de 50.

Yo sospechaba que mi esposa había accedido a traer con nosotros a Luis (así se llama el amigo de mi hijo) más por su propio interés que por contentar a nuestro hijo. Habíamos fantaseado antes con la idea de tener sexo con travestis personas ajenas a nuestro matrimonio, pero hasta ahora todo había quedado en eso, o al menos así yo lo pensaba.

Esa noche, luego de cenar y beber copiosamente, apagamos las luces y nos pusimos a mirar televisión en el estar de mi casa. En un sillón individual mi hijo, en otro yo y en uno más grande mi suegra, mi mujer, y Luis, en ese orden. Al cabo de poco tiempo, mi hijo estaba dormido, al igual que mi suegra, y yo comencé un juego que terminaría en lo que cambió la vida de nuestra familia.

Cerré los ojos y me hice el dormido. Patricia y Luis continuaban bebiendo, y observando la película en el televisor… el film era un poco subido de tono, y con fuertes escenas eróticas, lo que excitaba mi imaginación y como verán la de mi esposa y Luisito. En un momento ella se levantó del sillón y fue hacia un toilette donde sin cerrar la puerta del todo subió sus faldas y casi sin sentarse en el inodoro comenzó a orinar. Seguramente Luis la veía, ya que yo también podía hacerlo desde donde estábamos. No se como se animó, pero se levantó él también y sin decir palabra se metió en el toilette. Mi mujer no dijo una palabra, seguramente por la sorpresa y además por no despertarnos.

Su cara pasó de una expresión provocativa a un gesto de terror por lo que sucedía. Luis se agachó inmediatamente entre sus piernas y comenzó a lamer furiosamente su concha. Los ojos de Patricia transitaban entre el placer que sentía y el temor de ser descubierta. Se incorporó del inodoro, siempre mirando hacia fuera y allí pude ver la boca y la lengua de Luis lamiendo con fiereza su sexo incestos. Ella le abrió la bragueta, y tomando su pija con las dos manos lo masturbó rápidamente, con movimientos casi bruscos, seguramente para lograr un rápido orgasmo y terminar con la escena. Luis acabó con gruesos chorros de semen que derramó sobre la falda de Patricia. Ambos ordenaron sus ropas rápidamente y salieron en silencio, uno detrás de la otra. Patricia volvió al sillón cuidadosamente, y Luis subió a las habitaciones.

Yo fingía seguir dormido, pero una mezcla de dolor por lo sucedido y excitación ponía mi pija erecta en toda su potencia. Patricia me miraba para ver si yo había escuchado algo, o tal vez mi suegra o mi hijo, pero todos permanecíamos con los ojos cerrados. Fue entonces que corrió tenuemente su falda y comenzó a masturbarse lentamente. Seguro que con el apuro de la escena no había acabado en el baño. Allí decidí tomar un poco de provecho de la situación y me desperecé como fingiendo despertarme. Rápidamente retiró su mano de la falda y se quedó quieta. «¿Vamos arriba?» le dije en ese momento y ella asintió. Mi suegra y mi hijo permanecieron dormidos en el sillón por un buen rato más.

Ni bien llegamos a la habitación entró al baño, y después de algunos minutos oí el ruido del bidet, limpiando los fluidos de su reciente calentura. Disimulé como pude, pero al acostarse a mi lado, pasé la mano por su concha, y la sentí totalmente mojada. «¿Qué pasa?¿Mi mujercita está excitada?, le dije. Sin mediar palabra, Patricia se deslizó por las sábanas y tomando mi pija con su boca me la chupó frenéticamente, mientras se masturbaba con furia. No me dejó como otras veces después de ese jueguito penetrarla. Siguió masturbándose, sin soltar mi sexo, y acabó junto conmigo, tragándose mi leche que fluía a borbotones. Nunca antes lo había hecho. Se ve que su calentura era superlativa. Luego de eso se durmió a mi lado sin decir palabra.

Pasamos unos días como si nada hubiera ocurrido, y Luis regresó a su casa sin haber finalizado su proeza debido a mi vigilancia y al temor de Patricia. Ahora era mi turno. Aprovechando una escapada al cine de Patricia y Damián me quede en casa con mi suegra. La veterana tenía sesenta y nueve años, pero todavía se conservaba fuerte; buenas tetas, videos lesbianas, buen culo, y lindas piernas. Nunca habíamos tenido nada, pero sus diez años de viudez los había reemplazado por algunos encuentros con otros veteranos y no tanto, que aplacaban su ansiedad. Era un secreto a voces. Utilicé un truco que me dio resultado. Ni bien salieron mi mujer y mi hijo, yo le dije que me iba a dar una ducha mientras ella miraba tele.

Al cabo de unos segundos puse en práctica lo mío. Mi pija estaba semi erecta, un poco pensando en ella y otro poco porque así esperaba que la viera. «¡Carmen!» le grité… «¿podría alcanzarme una toalla?, ¡la he olvidado!»… «¡Ya voy!» dijo ella, y en algún instante me golpeó la puerta del baño. Le pedí que pasara, que sino yo mojaría todo. Cerró los ojos y entró, yo estaba desnudo y semi erecto. «por aquí», le dije, tomándola de la mano. En ese momento tiré de la cortina a propósito y fingí caerme con ella al suelo. «¡Hay Juan, te lastimaste!» dijo ella abriendo los ojos. Yo estaba en el suelo, con mi palo a media hasta y mi suegra con los ojos abiertos.

Objetivo casi logrado. Ella se arrodilló y me tomó del brazo, yo fingía un gesto de dolor. Fue en ese momento que dirigió la vista hacia mi pija , y noté su turbación. Ambos nos levantamos y me pidió que me apoyara en ella para ira hasta la cama a recostarme. Así lo hice, y casi atrevidamente le apoyé mi nada despreciable pedazo en su cadera. Caminamos lentamente hacia la habitación, yo rengueando, y con el roce de su vestido mi pija crecía a cada segundo.

Ella lo notó, y se puso nerviosa. «Perdóneme suegra, no puedo evitarlo, cada vez que estoy desnudo con una mujer me pasa lo mismo». Al finalizar mis palabras mi erección era total. Ella permaneció callada, pero noté su estado. Sin decir palabra la tomé de su cara y lentamente la hice arrodillar conduciéndola hasta mi verga. Abrió la boca y comenzó el sexo más maravilloso que tuve en años. Su cara se transfiguró. Toda la calentura acumulada por años parecía explotarle.

Gemía como loca mientras mamaba, y cuando estuve a punto de acabar la aparté y le dije que esperara. Levanté su vestido y bajé su braga, y comencé a chupar la concha más mojada que conocí en mi vida! ¡Jamás imaginé semejante mojadura en una mujer de su edad! Cómo gemía! Su clítoris hinchado me pedía más y más. Acabó tres veces con mi lamida y la puse sobre la cama con las piernas abiertas. Mi pija inflamada se introdujo hasta el fondo, y le arrancó dos orgasmos más. En el último le mandé mi leche hirviendo! Me que dé a su lado y lágrimas de alegría y emoción le brotaban. «Jamás tuve un sexo así» me dijo. Luego le heché otro polvo de antología. Estábamos a mano con mi mujer.

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