La Bodega

Sabia que no debía estar en ese lugar, pero fui expresamente para verlo. Cuando entre en la tienda él no estaba, así es que supuse que debía estar en el cuarto contiguo; en una especie de bodega en la que se almacenaba todo tipo de cosas, incluso las que no servían. No había puerta, más bien estaba dividida por una cortina de tela floreada que no permitía ver nada del otro lado.

Caminé despacio hacia la bodega y abrí la cortina. Ya había escuchado unos ruidos extraños que provenían de dicha habitación, instantáneamente comprendí que era el televisor; pues mi primo veía un programa porno colombiano que no logro recordar.

Él estaba acostado en una cama hecha con los sacos y quintales de arroz y azúcar que ahí se guardaban. En cuanto me vio, sonrió pícaramente como ya lo había hecho otras veces cuando lo visitaba. Me llamó, me dijo que me acerque y tímidamente obedecí. Recordaba, claro, lo que había pasado en «la tienda de mi primo» la última vez, y ver su miembro me había dejado impactada, nunca vi esa cosa antes, tenía pues ahora esa curiosidad peculiar de todos cuando se es pequeña. Caminé hacia él y me tomó una mano. Me dijo que le enseñara lo que yo tenía y que luego él haría lo mismo. Yo no sé por qué, pero afirmé con mi cabeza.

Se sentó en el filo lateral de la cama improvisada y yo me paré frente a él. Sonreí y luego de eso levante mi falda, me bajé el calzón y lo miré directamente a los ojos… la había dado gusto. No pensé que ahora él tenía que enseñarme sus partes intimas, yo ya le estaba mostrando las mías. Pero, cuando me iba a subir el calzón, me dijo que no lo hiciera, que mejor me saque del todo el vestido. Estaba un poco asombrada, pero pensaba que era un juego, un poco asustada también; ya reconocía lo que era una travesura.

Ahí estaba, frente a él con mi pequeña intimidad expuesta. El se puso de pié, me dijo que era su turno y se bajó la bermuda con todo y calzoncillos. Vi su pene una vez más, estaba parándose como la otra vez. Me preguntó si me gustaba, no sabía qué contestar. Se lo cogió y se lo empezó a manipular; se masturbaba. Yo miraba para todos lados, me sentía extraña, abochornada. Me dijo que se lo coja, y dudé como la otra vez. Él insistió y atiné a negar con la cabeza. Me tomó otra vez de la mano, la llevó hasta su miembro y se empezó a masturbar con su mano y la mía. Sentí que estaba caliente, sonreí sin querer. Me preguntó por qué lo hacía y con mi cabeza negué otra vez mientras levantaba mis hombros. Así estuvimos un rato, hasta que el pene se le puso muy erecto.

Me dijo que me acueste en la cama y le obedecí… ¿por qué obedecía a todo lo que me mandaba?… jamás lo entenderé. Pero una vez ahí, me abrió las piernas, me dijo que levante un poco las caderas mientras él me besaba mi chepita. Me dio vergüenza que vea mis partes y me sentí extraña cuando empezó a besarme la vulva; me empezó a lamer, y chupaba despacito mis labios menores. Luego estaba metiendo y moviendo su lengua dentro de mi vagina, recuerdo otra vez esa sensación babosa, pues, en la última ocasión que había hecho lo mismo, cuando caminaba sentía húmedo mi interior.

Seguía acostada, él se arrodilló por encima de mí y tuve a la vista todo su miembro. Me pidió ahora que me lo meta a la boca, yo no quería, movía mi cabeza y alcancé a murmurar un No como respuesta. Pero me dominaba, estaba encima de mí y su pené a muy corta distancia de mi boca, por eso lo único que tenía que hacer era metérmelo y ya, y eso mismo fue lo que hizo diciéndome que abra la boquita, que sea una niña buena, que sino le diría todo lo que habíamos hecho a mi mami y a mi tía, y que de seguro no les iba a agradar la idea. Miré fijamente el glande que estaba por entrar en mi boca y la abrí sin poner resistencia. Lo próximo que sentí fue su pene caliente que me metió hasta el fondo, lo que hizo que yo me retirara con evidentes náuseas.

Me obligaba a chupárselo una y otra vez, a él le gustaba; Lo sé porque me lo decía y porque gemía. Me hacía que le chupe el glande. Me sacaba el miembro de la boca y me pedía con voz tierna que se lo lamiera; una y otra vez. Que le lamiera y chupara las «bolsitas», se las había rasurado, pues recuerdo que otras veces las tendría velludas, pero en esta ocasión en especial, no. Lo recuerdo porque cuando las tenía sin pelos, no me daba tanto asco. Me llaman la atención los testículos, no lo niego…

Ya no quería estar ahí, quería levantarme pero no me dejaba. Sus manos acariciaban todo mi cuerpo y sus labios pronunciaban palabras formando frases chat erotico que no entendía; en ese momento, Porque luego supe que se trataba de cosas que quería que haga, pero yo no sabía a que se refería.

No reaccionaba, estaba paralizada. Se puso de pie y lo vi totalmente desnudo con su pene erecto arriba de mí. Sonreí. Se volvió a arrodillar, pero esta vez un poco más abajo, tanto como para que su boca quede a la altura de mi vagina, aún totalmente expuesta. Empezó a lamerme otra vez, lo hizo durante unos momentos, luego me dejó un poco de saliva; me dijo que era para lubricarla, termino que no conocía pero que después comprendí gracias a lo que agregó: dijo que era para que podamos hacer lo que hacen los mayores, como mamá y papá. Ahí me asusté más, imaginé lo que pretendía, seguramente se me acostaría encima y me metería su cosa en mi chepita. No quería, se lo dije, se lo hice saber, le dije que no. Pero me dijo que no me preocupara, que todo estaba bien y que iba a sentir muy rico. Puso saliva en la punta de su pene, lo puso en la entrada de mi vagina y lo metió un poco. Sentí que se llenó toda la entrada, lo empujó un poco más y me dolió. Le dije que ya no quería, que me dejara levantar, que me dolía, pero no me hizo ningún caso. Lo metió un poquito más y yo tuve de soltar un jadeo.

Después de eso empezó a moverlo muy despacio, rítmicamente, pero sin llegar más allá de donde se había permitido para que yo no gritara. Sentía su movimiento y su sexo en el mío. Se acostó encima de mi pero no me aplastó, se apoyaba en sus codos. Me ordenó separar más las piernas, a lo que obedecí. Después se apoyó en uno sólo, el otro brazo quedó libre para llevarlo hacia su pene y masturbarse con el glande en la entrada de mi vagina. Empezó a subir la velocidad y de vez en cuando empujaba más y eso me molestaba, me hacía doler. Mi respiración era entrecortada, estaba sudando; del miedo y por el calor que hacía. Sentía vergüenza y estaba muy abochornada.

Se detuvo antes de eyacular, ahora lo sé. Su rostro hacía mil y un gestos. Abría la boca y también sudaba como yo, tal vez mucho más que yo. Me tomó de las caderas con la mano que tenía libre y me volteó, me puso boca abajo. Yo lo veía, bajó hasta mi pequeño ano y lo lamió, creo que metió su lengua en repetidas ocasiones hasta que lo dejó bien lubricado, pues cada vez que me movía, aunque sea un poquito, sentía mojado el interior de mis nalgas. Vi también su pene, ahora apuntaba mi trasero, pensé que iba a hacer lo mismo que le hacía a mi hermana la melliza, si, ya los había visto sin que se den cuenta, y no estaba lejos de la verdad, pues tuve razón. Ahora, se puso un poco de saliva en su glande, y entre mis nalgas un poco más, exactamente en mi ano. Creo que estaba lista para sus propósitos ya que se acomodó nuevamente encima de mí y puso su pene en la entrada de mi culito y me dijo que lo levantara, que separara aún más mis piernas y que empuje hacia fuera mientras él empujaba hacia adentro. Obedecí, pero me dolía, era una molestia. Ya saben, su pene no era tan grande pero para mi edad sí era una sensación realmente traumante.

No paraba de follarme, se movía despacio para que no me doliera, eso me decía, pero me dolía. Sentía su miembro moverse entre mis nalgas y resbalaba, pues la lubricación lo permitía. Yo jadeaba, me quejaba, mi respiración seguía entrecortada, sentía como se movía, todo su cuerpo se estremecía y estremecía el mío también. Ahora que reconozco que soy una pervertida lo recuerdo con cierto gustillo morboso… hasta excitante, pero en ese momento todo era extraño, totalmente desconocido para mí.

Su velocidad acrecentaba y mediante un movimiento que no pude determinar, cogió su pene y lo volvió a poner en la entrada de mi vagina; si, así boca abajo como me encontraba. No lo metió todo, solo un poco más lo empujó, como antes, preservando mi virginidad. Traté de ver lo que pretendía pero no me lo permitió, sólo me dijo que cierre las piernas. Lo hice, y su miembro quedó presionado por el interior de mis muslos.

Comenzó entonces un ritmo mucho más lento plagado de variaciones; subía, bajaba, y movía sus caderas de un lado para el otro. Le dije una vez más que pare, pero no lo hizo, me dijo que ya iba a terminar. Creo que era cierto, pues aceleró un poco y después de un ratito aceleró más, con lo que me empezaba a penetrarme a fondo. Pero, gracias a que mis nalgas y mis muslos impedían la penetración total y a que él tampoco quería hacerlo, seguiría bien, sin preocuparme, me decía que me tranquilice, que aguante y que espere, que ya faltaba un poquito. Y él, mete y saca, follaba y follaba, se daba placer… se daba gusto, me lo decía; lo decía una y otra vez. Me dijo que ya se «venía», que levante la colita un poco más. Y después de jadear, balbucear palabras incomprensibles y gemir, su cuerpo se convulsionó, se estremeció todo… empezó a temblar, mi chepita me dolía, y de pronto, sentí ese líquido caliente que salía de su pene y se introducía hasta el interior de mi vagina, fueron algunos chorritos, era su semen entrando, pero aún así no se detuvo, siguió un rato más con los movimientos pero esta vez desordenados y un poco bruscos, temblaba… creo que quería dejar hasta la última gota de su leche. Finalizó con un par de embestidas que me hicieron aflojar un par de gemidos. Creo que eso había sido todo.

Por fin había terminado la travesura sexual que había vivido. Le avisé que ya quería levantarme, y después de darme unos besitos en mi rostro, mi cabello, la nuca, en mis hombros, así como chuparme unos deditos de las manos, me pidió que me esperara un poquito más. Asistí, no esperaba que pase nada más, no lo sabía. Seguía moviéndose lentamente y su miembro empezaba a hacerse más flácido, lo sentía cada vez más aguadito… hasta que susurró en mi oído algo así como «tienes una chepota riquísima», sonreí, pero no entendí en ese momento.

Nos levantamos del lecho. Recuerdo que justo cuando sacó su pene de mi vagina, tuve la impresión de que se parecía al sonido que hace un recipiente de conservas que ha estado tapado y barreteado con mermelada. Me levanté y sentí que el semen salía desde mi interior, y chorreaba por mis muslos. Con una mano cogí un poco y como siempre mi primo me decía que no tocara esa cosa, y que mejor me vaya a lavar las manos y mi chepita, o que mejor aún, pegue un buen baño. Me decidí por lo segundo, y, mientras me enjabonaba, recordaba las dos recomendaciones: Que lo que había pasado aquella tarde era nuestro pequeño secretito; creo que así mismo como tenía uno con mi hermana, las cosas que le hacía eran parecidas a las que practicaba conmigo. Y la otra, que me esperaba otra tarde, cuando sea, que vaya… pero siempre me decía que sea lo más pronto posible. Siempre sugería el día siguiente.

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